Empecé a entrenar con Fernando en el 2001, con el segundo grupo que creó de «Entrenamiento para actores profesionales». Por aquel entonces tenía que recomendarte alguien del grupo madre para que pudieras acceder al grupo. Cada curso con Fernando en aquella época era una experiencia reveladora ya que por primera vez teníamos acceso a un mundo que hasta entonces nos había resultado inasible, aleatorio, y totalmente fuera de nuestra conducción. Aprendimos que es posible tener lenguaje a la hora de describir lo que hacemos y un sistema de trabajo que nos ordenara cada vez que teníamos una obra o un guion sobre el que trabajar.
No exagero si digo que lo he aprendido todo con él. He tenido la suerte de estar muchos años cerca suyo y ha sido un viaje inmenso donde he podido entrenar y ver como otros entrenaban. Entender cómo ampliar porciones a la «pizza» de nuestro rango expresivo, ganándole espacio al personaje adquirido. He «hecho justicia» y visto «hacer justicia» con el rol negativo o positivo. Hacer la experiencia de «la acción» y vislumbrar la potencia que reside en el ser expresivo. El placer de irse de «Viaje a la naturaleza», o convertir a mis compañeros de «la Ronda» en lo más feo y lo más hermoso del mundo (Paco, Lolo, Mona, y tantos otros). Recuerdo lo difícil que se hacía a veces volver de un ejercicio a la «vida real», mucho más aburrida y alienante. Me resultaba mucho más interesante quedar cualquier fin de semana para analizar obras (El enemigo del pueblo, La enfermedad de la juventud, El jardín de los cerezos, etc) o estar en el grupo de «Formador de formadores» donde reflexionábamos sobre el trabajo del formador.
No creo poder tener «discurso» para expresar todo lo aprendido y experimentado en todos estos años rodeada de tantos compañeros. Sólo sé que tengo muy claro el afecto.